o.- Como el tónico curalotodo que ofrecían los vendedores ambulantes, el oro parece ser bueno para prácticamente todos nuestros males. Basta con considerar la diversidad de los escenarios económicos que han disparado picos en el precio del metal en los últimos años: estanflación, pánico financiero, obsesión especulativa y pérdida de valor de las monedas.
En 1980, cuando este metal llegó a la marca de u$s 850 la onza “que sigue siendo un récord en términos reales” las economías occidentales era presionadas, simultáneamente, por la segunda crisis del petróleo y por una inflación sin precedentes en el período de posguerra.
Si vamos a marzo de 2008, vemos que el precio del oro cruza por primera vez la barrera de los u$s 1.000 porque se lo considera un refugio seguro mientras Bear Stearns se tambalea.
Unos meses más tarde se aproximó al mismo nivel cuando la preocupación por los bancos se había aliviado temporariamente pero llegaba a su pico la fiebre de los commodities, y ocurrió lo mismo a mediados de septiembre, cuando el colapso del banco Lehman creó tanta demanda que tuvieron que trabajar horas extra para producir lingotes de oro.
El hilo conductor de estos tres episodios es el temor. Pero a los que se precipitaron a comprar cuando el precio estaba cerca del pico, la paz mental les resultó costosa. Sería tentador descartar el último pico por encima de los u$s 1.000 la onza diciendo que es más de lo mismo, si no fuera por la preocupación por la moneda que se usa para fijar su precio. El promedio ponderado por el comercio exterior del dólar estadounidense contra seis divisas se ha acerca al punto más bajo en muchos años de cerca de 77, comparado con el nivel de 121 de hace ocho años, porque los acreedores extranjeros temen oleadas de tinta roja en Washington.
Las historias de los que, en décadas pasadas, conservaron su riqueza o evitaron el hambre por haber ahorrado en metales preciosos cuando sus gobiernos se dedicaban a imprimir dinero ofrece una narrativa atractiva para los que defienden la inversión en oro.
Sin embargo, EE.UU. no es la república alemana de Weimar. Hay maneras más inteligentes de adelantarse a la inflación, entre ellas, los ladrillos, y hasta las acciones, que tienen retornos históricamente superiores. (El Cronista, Buenos Aires, 10/09/09)
En 1980, cuando este metal llegó a la marca de u$s 850 la onza “que sigue siendo un récord en términos reales” las economías occidentales era presionadas, simultáneamente, por la segunda crisis del petróleo y por una inflación sin precedentes en el período de posguerra.
Si vamos a marzo de 2008, vemos que el precio del oro cruza por primera vez la barrera de los u$s 1.000 porque se lo considera un refugio seguro mientras Bear Stearns se tambalea.
Unos meses más tarde se aproximó al mismo nivel cuando la preocupación por los bancos se había aliviado temporariamente pero llegaba a su pico la fiebre de los commodities, y ocurrió lo mismo a mediados de septiembre, cuando el colapso del banco Lehman creó tanta demanda que tuvieron que trabajar horas extra para producir lingotes de oro.
El hilo conductor de estos tres episodios es el temor. Pero a los que se precipitaron a comprar cuando el precio estaba cerca del pico, la paz mental les resultó costosa. Sería tentador descartar el último pico por encima de los u$s 1.000 la onza diciendo que es más de lo mismo, si no fuera por la preocupación por la moneda que se usa para fijar su precio. El promedio ponderado por el comercio exterior del dólar estadounidense contra seis divisas se ha acerca al punto más bajo en muchos años de cerca de 77, comparado con el nivel de 121 de hace ocho años, porque los acreedores extranjeros temen oleadas de tinta roja en Washington.
Las historias de los que, en décadas pasadas, conservaron su riqueza o evitaron el hambre por haber ahorrado en metales preciosos cuando sus gobiernos se dedicaban a imprimir dinero ofrece una narrativa atractiva para los que defienden la inversión en oro.
Sin embargo, EE.UU. no es la república alemana de Weimar. Hay maneras más inteligentes de adelantarse a la inflación, entre ellas, los ladrillos, y hasta las acciones, que tienen retornos históricamente superiores. (El Cronista, Buenos Aires, 10/09/09)
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