Vivir en el peligro obliga a naturalizarlo y por lo tanto deja de parecer peligroso.
Eso lo aprendí de chico en la segunda vuelta al tren fantasma del viejo parque Las Heras. Los monstruos estaban oxidados y los agujeros de luz descubrían el truco.
¿Qué es más peligroso para un chico que no trabaja, ni estudia, ni tiene familia que le transmita valores ni sociedad que le ofrezca salida? ¿Vivir o robar?
¿Cuánto peligro entraña el hecho de no saber qué ocurrirá el día en que me jubile con ese dinero que hoy manosea el Estado y ayer los privados, si mi madre, mi padre, mi abuelo, mis tíos tienen jubilaciones indignas del esfuerzo que realizaron en su vida?
¿Es peligroso no tener instituciones fiables, división de poderes, ser gobernados por autócratas o desengañados por oposiciones expertas en oponerse? Todos dicen que es suicida pero en cada elección resucita el molde reencarnado en el argentino de turno.
¿A quién asusta el título catástrofe cotidiano, las opiniones dominicales del apocalipsis, la caja de pandora de la corrupción, el pronóstico de tsunami financiero, el fantasma del default, la realidad del desempleo, el manotazo a los ahorros, las profecías de Lilita, o la suba del riesgo país?
¿Asustan en serio? A todos un poco,….a pocos lo suficiente.
Ayer leí: “Los pobres no tienen miedo a la crisis porque no tienen experiencia en no tenerla. Ese es su estado natural y están vacunados. A los que más miedo les tienen es a los ricos en crisis”.
Esto no lo leí pero lo escuché: “La crisis afecta los planes de la clase media. Habrá que esperar para cambiar el auto. Brasil está muy caro y la Costa también. Habrá menos adornos en el árbol de Navidad y más Fresita que Chandón”.
La gran lección es que la vida sigue a pesar de todo y que cuando los argentinos dormimos el país crece de noche como la soja y el trigo con la fotosíntesis. El amanecer nos devuelve naturalmente salvajes y al acecho.
¿Es posible recuperar el temor a vivir en el peligro continuo?¿Qué sea excepción y no regla?
Creo que es posible en la medida en que asumamos que ese “otro” que camina las mismas calles dentro del mismo territorio no es necesariamente un caníbal dispuesto a degollarnos.
Ese otro padece el mismo mal anestésico de no advertir el peligro de conjunto que tiene equivalencia para todos, tanto si viaja en 4X4, modesto usado, bicicleta o tren cartonero.
A ese otro no hay que asestarle veneno demagógico, monólogo salvador, predicciones derrotistas, amenazas del Código Penal o injurias de colección.
Hay que aprender o recuperar la conversación, el tono adecuado, el don de escuchar “al otro” sin el argentinismo de las verdades propias o los derechos absolutos que jamás reconocen deberes previos.
Crear de a poco un tono distinto de “conversación nacional” irá reemplazando los debates falsos sobre las cosas comunes que el poder no atiende.
Hablar y escuchar bajo reglas comunes parece poco para una empresa semejante. Escaso requisito para abandonar la seducción del peligro.
Pero cualquiera sabe que la palabra adecuada en el momento justo es terapéutica.
Piense en la imagen del niño temeroso de la oscuridad que necesita un cuento leído al pie de la cama. Tan simple como eso.
A veces creo que somos niños pidiendo a gritos que alguien nos escuche, huyendo siempre del peligro, habitando en el sin poder entenderlo ni conversarlo.
Niños viejos que siempre piden padres protectores que hagan el trabajo por ellos.
Pablo Rosi - Cadena 3 Argentina - Domingo 30 de Noviembre 2008
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