viernes, 9 de marzo de 2012

Autocrítica minera

El éxito o el fracaso del embate ideológico antiminero es proporcional a la organización o desorganización de los Estados, instituciones de formación técnica, ingenierías, entidades mineras (nacionales y provinciales), sindicatos, empleados y proveedores.
Somos tan culpables como el ambientalismo extremo de la desinformación relacionada con la minería. La información sobre la actividad llega portando rigurosidad pero es lenta, pesada, perezosa. Quiero decir, detrás de los acontecimientos y casi siempre... tarde.
El problema es que la coincidencia del vertiginoso sensacionalismo ambientalista y la parsimonia antepuesta por los actores e instituciones mineras que no llegan a tiempo a la sociedad (fundamentalmente por desorganización entre ellos),  incide en el proceso de información y genera noticias distorsionadas que terminan perturbando a la actividad.
De manera que esta cuestión tiene por lo menos dos caras. Por un lado, tenemos que entender que la antiminería es una ideología y que, por tanto, como tal, su prioridad no son las respuestas científicas. El ambientalismo es efectista y, sobre todo, anda apurado. ¿Por qué será? Veamos.
Rápido y furioso
Para el antiminero llegar “rápido y antes” a la sociedad con una versión alarmante de contaminación es todo lo que cuenta. No le preocupa en lo más mínimo las explicaciones rigurosas.  La prontitud para denunciar es lo primordial. Es parte de la estrategia del éxito, y así se hace, resuelto pero atropellado el ambientalismo no para de denunciar.
Sin fundamento, pero mas organizada, la ideología antiminera aprovecha muy bien la ligereza que da andar cuesta abajo con la acusación fácil. A toda velocidad, la imputación extra-laboratorio se ha vuelto una destreza, una habilidad que bien verbalizada, es casi un arte contemporáneo.
Para quienes no lo entiendan así, les advierto que ninguna prueba científica del mundo, de la institución más prestigiosa que sea, podrá con un ambientalista ideológicamente convencido de rechazar actividad minera.
¡No quiero, no quiero y no quiero!
De manera que el antiminero no es un enemigo público como pretenden exageradamente presentarlo, sino un adversario político, específicamente ideológico, sin los suficientes andamios científicos. Simplemente porque no necesita probar nada, a nadie, para sostener su discurso en pie.
Si tiene usted la posibilidad de conversar a fondo con un ambientalista extremo verá que, con seguridad y tras mucho hablar, su última frase será: “no quiero, no quiero y no quiero”.
Hay que deducir entonces que no se le puede explicar científicamente a un antiminero lo que desconoce previo a la discusión, por cuestiones ideológicas. Obviamente son dos idiomas distintos y persiguen objetivos también diferentes.
¿Y por casa cómo andamos?
El tema es que lo preocupante no es solo la velocidad de las denuncias que circulan impunemente por las redes sociales, sino la lentitud y la falta de reacción coordinada de los interesados y comprometidos con la actividad minera para que no se continúe desacreditando gratuitamente a la minería.
Piénselo bien: considerando la vorágine del tiempo y las circunstancias, no estar en tiempo y en forma hoy, es como no estar. A la par del contenido, en este momento, la rapidez en la respuesta es gravitante en la tranquilidad de las comunidades cercanas a los yacimientos mineros.
Por tanto, la coherencia o cohesión de los grupos de interés (stakeholders) debe ser una característica esencial de un nuevo plan global, de organización, compartido, secuencial y estructurado, de contenido y comunicación dinámica minero-ambiental.
Mapa comunicacional
Un plan que no descuide, o en todo caso atiendan muy especialmente, la oportunidad y la importancia de la inmediatez. Un programa para anticipar, adaptarse y reaccionar a tiempo. Un mapa comunicacional para visualizar caminos alternativos hacia la comunidad y poder tomar los más cortos
Una iniciativa que permita acentuar, aquí y ahora, la proyección de lo que queremos comunicarle a sociedad, sin perder de vista la manera en cómo la información vieja se relaciona con la nueva.
No tengamos miedo de repetir los beneficios de la minería porque hay que garantizar también niveles de redundancia que indiquen la correcta interpretación de la actividad, al margen de que sirve de recordatorio y permite actualizar conceptos. El resultado tiene que ser un equilibrio entre la redundancia informativa y la progresión.
Debemos adoptar una perspectiva que admita establecer una continuidad discursiva que no deje dudas de la convicción que cada uno tiene de la importancia de la actividad minera al ser contrastada con lo que individualmente se hace y se deja de hacer.
No es obligación
De cara a la sociedad, tenemos un problema estratégico comunicativo. Viéndolo desde el punto de vista de los duros posicionamientos antimineros, la cuestión ya se vuelve ideológica.
Tendremos que tener una estrategia comunicacional para cada caso, atendiendo al hecho de que cuando se afecta a la minería se trastoca a otras industrias y actividades, incluida la vida del ciudadano común, tal como la conocemos.
De todas formas, el mensaje es simple de entender. El que no esté convencido de los beneficios de la actividad, obviamente no tiene que defender la minería.
El tirón de orejas es para los que tienen la convicción y no lo hacen.
Ni siquiera es para los fanáticos que intentan desarrollarla a cualquier costo instalándose en el otro extremo, sin darse cuenta de que también le hacen daño a la minería con esta actitud.
La invitación a salir a defenderla es para los que creen de verdad en la minería como una oportunidad de desarrollo para los pueblos y están realmente convencidos de que es una actividad absolutamente compatible con el medio ambiente:
* El progreso va de la mano de la minería
* La minería es oportunidad de desarrollo para los pueblos
* Sin minería no hay industria.

Fuente: launiondigital.com.ar

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