Ursula Díaz llegó a la cima del mundo en una travesía que autofinanció con cenas y rifas.
Ahí donde la naturaleza renuncia, donde todo es nieve y roca, Ursula Díaz hizo flamear una bandera celeste y blanca. Catamarqueña, de 32 años, se convirtió el 18 de mayo en la segunda argentina en hacer cumbre en el Monte Everest, la montaña más alta del mundo, ubicada en el Himalaya. Dice que se inspiró en la hazaña de José de San Martín, que se sintió protegida por la Virgen del Valle y que ahora quiere completar su mapa como andinista y volver a ponerle el cuerpo al pico más alto de la Tierra, pero sin oxígeno.
“Cuando toqué la cumbre, sentí que lo había logrado, que estaba feliz. A pesar del cansancio, en el cuerpo experimenté algo parecido al alivio. Estaba en el techo del mundo,podía volar ”, resume Ursula. Pero para llegar a 8.848 metros sobre el nivel del mar, esta mujer tuvo que trabajar mucho. Necesitó 52.300 dólares para aterrizar en Nepal y emprender el ascenso que le llevó 41 días. Había pocos sponsors, entonces: “Organicé cenas, vendí tarjetas de fin de año con el lema ‘acompañame a la cumbre’, le pedí a amigos que donaran productos e hice rifas. Junté lo justo y arranqué la expedición”. Esa fue su primera cumbre: financiarse.
Mientras tanto, entrenaba. Los fines de semana dirigía guías cortas de montaña, porque además Ursula es coordinadora regional de Turismo en Belén y su tarea consiste en visitar volcanes de Catamarca como el Nevado Ojo del Salado o el Pissis. El resto de los días los pasaba en el gimnasio, fortaleciendo los músculos de la columna, las piernas, los brazos. Limitó, también, su dieta a las proteínas. “Fuerza y potencia para sostener el trabajo en las cuerdas. No hay tanta técnica en el Everest, más bien, resistencia”, apunta Ursula. Pero también distingue el apoyo emocional. “Armamos un lindo equipo con mi psicóloga, el kinesiólogo y el traumatólogo. Tuvo un efecto increíble en la montaña”, recuerda la andinista.
Al Aconcagua subió tres veces. La última fue hace cuatro años y conseguió la etiqueta que le dan los andinistas a la hazaña que representa hacer pie en el pico más elevado fuera del Himalaya. Pero se sintió marcada a fuego en 2010, cuando emprendió el ascenso a Tres Cruces, macizo volcánico que separa a Atacama, en Chile, de Catamarca. El desgaste físico, aquella vez, fue intenso. Y se propuso alcanzar la hazaña que sólo una mujer argentina había logrado: la neuquina Mercedes Sahores, que coronó el Everest en 2009.
“¿Si en algun momento pensé que no iba a lograrlo? Claro. Cuando pasé la cumbre sur y me enfrenté al escalón de Hillary”, responde Ursula. Es que casi al final de la travesía se levanta esa imponente pared de roca de 12 metros de alto, a una altura de 8.760 metros. El frió, el viento, el aire que no alcanza. “Pero pensaba en todo lo que hizo San Martín, en que uno es arquitecto de su propio destino”, arriesga Díaz. Y siguió.
Tampoco la vencieron las avalanchas nocturnas, esas que no se veían pero sí se escuchabn. Entonces dejaban la cena y salían de la tienda para escuchar ese alud de nieve. Ursula habla de temor, de miedo, pero también de adaptación a las condiciones que impone la montaña. Un frío de infierno, clavado en un promedio de 10 grados bajo cero y un viento que pega.
En el techo del mundo se acordó de su familia (Paco, su papá, y Matías, Victora y Elías, sus hermanos) y siempre de María Magadalena, su mamá, que falleció hace dos décadas. En la mochila llevaba una estampita de la Virgen del Valle. Y otro sueño: subir otra vez al Everest, pero sin oxígeno y de la cara norte, la que mira a China.
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